Me gusta el salmón, y no precisamente por su sabor, soy uno de esos a quienes no les gusta demasiado tan preciado pez poseedor de alto contenido en proteínas y ácidos grasos omega-3. Me gusta por una capacidad que no todos los peces tienen, y es que nada a Contracorriente. Efectivamente, el salmón nace en el río y permanece en agua dulce mientras es pequeño, cuando llega su juventud, baja hasta el mar, donde vive y llega a su madurez. Cuando se acerca la época de la reproducción, emprende el camino de vuelta, sirviéndose de su olfato, vuelve exactamente al lugar donde nació. Realiza un viaje muy duro; muchos kilómetros, llenos de dificultades, de rápidos y pequeñas cascadas (recordemos en contra de la corriente). Tiene que liberarse de las plantas acuáticas que lo pueden retener, en ciertos ríos tiene que escapar a los osos que esperan darse un festín mientras los salmones intentan remontar el rio. Y aún así muchos siguen hasta conseguir llegar al sitio donde nacieron. Hay otros sin embargo que caen por el camino o se dejan arrastrar por al corriente. Es un duro camino, pero una vez han llegado a la meta, han cumplido con su cometido.
Muchas veces, nosotros, quienes hemos decidido seguir a Cristo nos parecemos a esos salmones en esa actitud, tenemos que nadar en contra de la corriente. Y es que la presión de la sociedad, de los amigos, de la misma familia en muchos casos, en definitiva, del mundo en el que vivimos puede asemejarse a esa corriente que nos empuja y no nos permite remontar el río. Si bien esto puede darse en toda nuestra vida, cuando somos jóvenes somos especialmente vulnerables; nuestras fuerzas pueden flaquear, queremos descubrir nuevas cosas, experimentar, e incluso dejarnos llevar por aquello que nos puede alejar del Señor. Y es ahora cuando debemos recordar que no somos como los demás, que somos diferentes. Hace poco en el Retiro anual de la Ujbm el lema era: “Generación de Inconformistas”(Romanos 12:2). Es eso precisamente lo que debemos ser, una generación que no se conforme con lo que el mundo, que se separa de Dios, le ofrece. Pues si somos de Cristo, sigamos a Cristo, sigamos su actitud, sigamos la forma de ser suya. Nademos en contra de la corriente.
El camino puede ser duro, sin duda. Muchas veces nuestras fuerzas pueden flaquear y puede parecer más fácil dejarse llevar por la corriente y ser arrastrados de nuevo al mar (como los salmones que no consiguen remontar).Pero aquí viene lo verdaderamente importante del asunto; los salmones no tienen más que sus propias fuerzas, no tienen más que a sí mismo para nadar hasta su meta, pero nosotros no. Nosotros tenemos al Señor de nuestro lado, nosotros como hijos de Dios podemos contar con su ayuda. El no nos ha dejado solos en nuestra vida, Él está en cada momento a nuestro lado. Lo que debemos a hacer es pedirle su ayuda, pedir su guía en nuestra vida. Recordemos que en el Señor podemos confiar para que sea nuestro guía y nuestro aliento, no solo en momentos complicados, sino en todos los días de nuestra vida.
Sigamos pues el ejemplo de los salmones, remontemos el río, nademos en contra de nuestro mundo, de lo que nos separa del Señor. No nos conformemos con nuestro mundo, no nos conformemos con lo que se nos ofrece. Mantengámonos firmes en el Señor.
Sigamos pues el ejemplo de los salmones, remontemos el río, nademos en contra de nuestro mundo, de lo que nos separa del Señor. No nos conformemos con nuestro mundo, no nos conformemos con lo que se nos ofrece. Mantengámonos firmes en el Señor.
¿Te gustan los retos? Nada a contracorriente, el Señor esta en lo alto del Río. Búscale.
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